Por decirlo llanamente, hay que determinar si la IA puede reportar algún tipo de beneficio para el escenario en general y si dicho beneficio compensa y justifica la inversión. A pesar de la moda de la IA, el cálculo del ROI debe realizarse con la cabeza fría. Las siguientes preguntas pueden ayudar:
● ¿Ayudaría la IA a mejorar los resultados de inspección a largo plazo?
● ¿Qué nivel de precisión tienen que tener los resultados de inspección? ¿Cuáles son nuestros requisitos de calidad? ¿Los componentes son relevantes para la seguridad?
● ¿Qué tasa de error ofrece el método de inspección actual y en qué medida puede reducirse con la IA?
No todas las soluciones de IA son idénticas. En su forma más sencilla, un sistema de IA se entrena con piezas correctas y cualquier desviación se clasifica como defecto (detección anómala). Para los ensayos más complejos y precisos, la IA tiene que entrenarse con muchos más datos relativos a todos los posibles casos. ¿Qué habilidades se necesitan realmente?
Cuanto más compleja es la solución, mayor es el esfuerzo de entrenamiento. Además, debe existir cantidad suficiente de datos, incluidos errores y casos dudosos. Por lo tanto, una de las preguntas más importantes es: ¿Disponemos de estos datos? En caso negativo, ¿de dónde los obtenemos?
Cuánto más pueda hacer una red neural de una IA, más recursos necesita. El coste de hardware y consumo informático (en la nube) es exponencialmente superior para una solución de IA que para el software normal.
Es decir, el esfuerzo y el coste que implican una solución de IA es relativamente alto, lo que dificulta obtener un ROI rápido. En cambio, un algoritmo basado en reglas brinda resultados fiables desde el primer día. No hay que olvidar tampoco que la IA precisa de optimización sobre la marcha. Quizás se necesiten años hasta obtener la calidad necesaria. Hasta entonces, las empresas tendrán que hacer frente a costes más altos y resultados pobres.